Damiano Vallekano acudió al evento del Día del Drag (16.07.2024) en la Delegación del Gobierno en Madrid vestido con un tul que dejaba ver su pecho descubierto. Delante de todo el mundo confesó que tenía un pecho bonito y que le generaba disforia y que esa era una contradicción con la que tenía que vivir. Ese día me había dejado mis hormonas en casa y, como tenía una toma en un par de horas, tuve que comprarlas en una farmacia. Dado que llevaba un bolso de fiesta, tuve que llevar el bote en las manos, a la vista. Estaba expuesta, con disforia (aunque esa nunca la dejo en casa). Así que de pie, hormonas en mano, escuché a @damiano_vallekano decir aquello que despertó en mí el debate sobre mis propias contradicciones, y lo hizo a través del consejo que ofrecía aquel famoso drag king: debíamos abrazarlas.
Una de las contradicciones con las que vivo es la de ser agnóstica (por no decir atea) y disfrutar de la cultura católica. Performativizo esa creencia como parte de mi cultura, porque desde pequeña me han enseñado que así debo vivir mi espiritualidad. El catolicismo ha formado parte de mi historia y ha pasado a desligarse de mis creencias. Ha invadido mi identidad cultural. Tal vez no sea legítimo que vista una cruz colgada al cuello o que disfrute de los accesorios con iconografía católica que he heredado de mi familia porque de esa manera puedo ofender a las personas que viven el catolicismo a través de la espiritualidad. Construyo mi identidad con el objetivo de respetar las culturas ajenas y actuar de forma legítima, trato de ser coherente con mi filosofía de vida pero a la vez tengo una historia de familia y educación católica que forma parte de mí, pero que no debo expresar porque sería contradictorio con mis creencias y con el objetivo de no ofender a otras personas.
Desde esa educación de moralidad cristiana, cuando acababa el bachillerato hui de mi disforia y rechazo propio viviendo un celibato, y enfoqué mi espiritualidad de forma independiente del sexo. En aquel momento pensé en aquello de que «reservarme para el matrimonio» era una forma de quererme y que si no encontraba a nadie con quien casarme utilizaría ese celibato como un homenaje para disfrutar de mí misma y no depender emocionalmente de nadie. Vivía en la contradicción de querer ser feliz sin depender del sexo y estar atrapada en el deseo sexual.
Tuve muchas complicaciones para salir de la abstinencia sexual. Por un lado, tenía una actitud de superioridad moral que hacía de repelente social. Por otro, viví una crisis de identidad de género (que me llevó a una depresión) de la que me costó años salir. Para cuando conseguí abrazar mi identidad había engordado suficiente como para desarrollar una dismorfia que maridaba terriblemente con mi disforia. Así, caí en una dieta que me hizo adelgazar tanto como para «contradecir» mis ideales antigordófobos.
Pero la realidad social reforzaba la disforia, la dismorfia y mi cultura católica adoptiva. Cuando alcancé una talla de mujer delgada los piropos llegaron de inmediato y tuve que recordar que no eran piropos hacia mí, sino hacia el aro por el que estaba pasando. Lo mismo ocurrió cuando empecé a perder el vello facial y el corporal, y cuando apliqué el método del cispassing a mi performatividad. Afloraron las contradicciones de odiar mi cuerpo y vestirlo de cánones, de disfrutar los piropos y odiar la normatividad hegemónica.
Cargada de contradicciones, me hice una cuenta en una app de citas y me puse a hacer match con un montón de gente, labrando una nueva contradicción: odiar la superficialidad y aplicarla a cada like que daba en la app. Llegó un punto en el que miraba con detalle cada imagen y dedicaba apenas dos segundos a leer las descripciones en los perfiles. Eso me llevó a una serie de citas lamentables con hombres cisheteros cargados de fantasías pornográficas. En la cama me dejaba llevar y les cumplía casi todas, a pesar de estar firmemente en contra de la cultura del porno y de la violencia sexual hacia las mujeres (en especial hacia las trans). Pero ahí quedé, en la cárcel de la aprobación masculina, aunque no me «aprobaran» a mí, sino hacia lo bien que estaba pasando por el aro.
Tal vez, si las mujeres tuviéramos esa mirada, mi lado tóxico me permitiría perder miedo del sexo bollo. Ese miedo viene marcado por mi identidad como mujer trans. Cuando Sara Torres habló en @malditobollodrama sobre los fines de la seducción, me hizo enfrentarme a uno de los miedos al que puse nombre escuchando una conferencia de Alana S. Portero en el Primer Encuentro de Literatura Queer organizado por @maryreadlibre en el Museo Reina Sofía, donde hablaba de sus primeras experiencias bollo.
Por un lado existe un aprendizaje del sexo que lo dirige hacia la penetración, y ahí hay un rol que me aterra performativizar como mujer trans disfórica que no puede soportar la idea de tener pene, o un cuchillo como decía Camila Sosa Villada en «Las malas». En ese supuesto, tan sólo con un strap-on podría desempeñar ese rol, pero no estoy segura de que sea lo ideal. Prefiero centrarme en la filosofía de @saratorresrdzdecastro sobre eliminar la finalidad de la seducción y la dirección que toma el sexo de forma mecanizada y aprendida.
Por otro lado, las mujeres sufrimos tanta violencia en nuestros cuerpos, a veces también por parte de nosotras mismas, que pensar en que pueda ser yo la que ejerza esa violencia hacia otra mujer no es únicamente terrible por el hecho de ejercer violencia, sino porque puede convertirse en un potenciador de disforia, y yo también violento mi cuerpo mediante el «síndrome de la impostora», como si al ejercer violencia machista se revisara mi identidad (esa revisión se trata de un dolor que nace de dentro por lo acostumbradas que estamos a que nos nieguen quienes somos por no entrar en los estándares de nuestro género o lo esperado de su performatividad).
Todo esto me lleva a pensar, ¿somos contradictorias o la disidencia nos hace parecerlo? Si las normas sociales construyen la estructura de lo que es coherente, ¿somos incoherentes al tratar de romper las estructuras establecidas? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la incoherencia o nuestras contradicciones si son parte de nuestra esencia como disidentes?
Tal vez sí seamos coherentes, porque nuestras contradicciones tienen una historia de ruptura con las estructuras y eso nos puede hacer ser contradictorias. En mi caso, aunque comprendo que el género es un constructo que hace daño y que podríamos prescindir de él, he aceptado mi expresión de género y mi identidad porque ser disidente y no categorizarme dentro del binarismo me resultaba demasiado doloroso. Puede que sea contradictoria; mi historia de vida me ha llevado a esa contradicción, pero considero que es legítima y que puede ser una decisión lógica. ¿Eso me hace coherente y contradictoria?
Lo cierto es que en cualquiera de los casos ahora puedo ser algo más feliz, aceptando mi identidad y asumiendo que puedo tener mis contradicciones, que las considero legítimas y que me permiten sobrevivir, sean o no coherentes.