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en la tierra prometida

Cuando de pequeña me apuntaron a atletismo, o cuando me apuntaron a yudo, se esperaba de mí que tuviera un desarrollo personal en unos entornos masculinos donde se suponía que la sexualidad quedaba apartada (por aquello de los estándares cisheteronormativos). Pero, en mi caso, como mujer bibollera disfrazada de chico, aquello consistía en mantener el tipo rodeada chicos que violentaban mi sexualidad, desde los vestuarios hasta las formas de actuar: entre ellos y conmigo.

Cuando esos grupos organizaban los viajes de verano, segregados por sexos, se suponía que debíamos seguir explorando ese desarrollo personal. Para mí, ese desarrollo personal consistía en aprender sobre el rechazo hacia la disidencia y la sexualidad no normativizada. Así que, en mi caso, no podía separar el sexo de los «viajes de evolución personal», porque la sexualidad florecía, pero de forma incómoda, desconocida y, sobre todo, violentada.

En septiembre, cuando volvía de vacaciones y mis compañeras del colegio contaban sus experiencias de verano siempre se generaba un «estatus» en torno a la que se había ido a Gandía, una tierra prometida de sexualidad. Porque había una alternativa a los «viajes de chicos»: una especie de viaje mixto en el que sí se esperaba de nosotres que desarrolláramos nuestra sexualidad.

En el tren de ida a Gandía, los chicos van por su lado y las chicas por otro, vacilándose y performando una amistad que todo el vagón sabe donde acaba. Luego, la sexualidad en la playa es una mezcla de performatividad de esa amistad con el componente de «lo que ocurra en Las Vegas ahí queda».

Por otro lado, esas amigas que llegan emparejadas al verano no quieren saber nada de los «viajes de soltera» en la playa. Sus viajes son de pareja, como lunas de miel (a veces viajan con más gente emparejada y tengo entendido que suele haber una conversación previa acerca de los tríos y otros acuerdos de fluidos) para las que se preparan los entornos, y la sexualidad se vive de forma muy diferente. Mientras nuestra sexualidad (la de las solteras) va preparada hacia la exhibición, la suya parece enfocarse en esas aficiones de «desarrollo personal» (o de pareja) donde no performan una amistad forzada por la separación del sexo, sino por su integración «natural» en la relación. (Aclaro aquí que estoy hablando de mis experiencias.)

No puedo evitar preguntarme, ¿son los viajes de verano una forma más de explorar nuestra identidad sexual? Todo mi año, como persona con TCA y disforia, gira en torno a esos momentos en que mi cuerpo quedará expuesto, y los comentarios por parte de la sociedad con la inmensa cantidad de dietas que hemos creado alrededor del verano es una forma más de presión hacia cómo debemos mostrarnos cuando vayamos a la playa y quedemos expuestas.

Esa violencia (las dietas) que aplico hacia mi cuerpo a lo largo del año, ¿es una forma de adaptar el cuerpo a las expectativas en torno a la sexualidad o de hacerme cispassing? Como mujer trans, durante buena parte de mi vida he tenido que defender mi identidad mediante la conexión que sentía o que quería tener con los cuerpos canónicos femeninos, porque pensaba que, tal vez, entrando en el canon conseguiría huir del travestismo (travestismo como percepción errónea por parte de la sociedad hacia mi identidad de género). Además, la constante y famosa sentencia «sentirse mujer» consiguió confunfirme suficiente como para centrarme más en mis sentimientos como mujer que en mi identidad como mujer. De esa forma, entendí que «sentirse mujer» sería algo así como «qué siento como mujer».

Y, como mujer trans, lo que más siento es el rechazo. Con respecto a mi cuerpo, la delgadez, las dietas y ese punto en común con las mujeres cis hicieron que conectara mi feminidad con «el peso ideal» (podría tomarlo con humor en este punto y terminar esta entrada con «y por eso es que soy pick-me» ). Por otra parte, para huir de esa percepción errónea de mi cuerpo que me etiquetaba como «travesti» en lugar de «mujer trans», sentí la necesidad de performar la delgadez en mi sexualidad, e integrarla en el sexo hetero para obtener una validación cismasculina (y por eso es que soy pick-me. Es broma). Y en ese punto, si los viajes son experiencias para trabajar nuestra sexualidad y no son más que entornos de nuestro imaginario sexual, ¿merece la pena violentar nuestro cuerpo mediante las dietas o podemos construir un imaginario de los viajes sin una feminidad delgada?

Ahora, en verano, en Gandía, cuando voy de fiesta semidesnuda, no sé exactamente qué es lo que busco, qué pretendo, si hay una intención detrás de mi performatividad de género y sexualidad o hacia dónde me estoy dejando fluir. Supongo que es una mezcla de todo, y que me está costando la salud en dietas y en disforia. Socorro.

disfórica y socorro [por regina]
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