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hazme trans

Creo que la forma más dolorosa y aceptada de hablar de la identidad de las mujeres trans es a través de la sentencia “cuando era chico”. Es una frase muy ilustrativa, pero no para la identidad de las personas trans, sino para comprender esa “segunda mirada” a través de la que se permite cometer “despistes” discursivos (como hablarnos en masculino). A veces no son siquiera despistes, se trata de una no aceptación de nuestra identidad, confesada abiertamente.

Hace unos días, una criatura de apenas 8 años vio una foto mía de pequeña y comenzó a reírse porque decía que parecía un chico. En ese momento me quedé bloqueada porque toda la vida me había ocurrido lo contrario (no ser suficientemente chico). Esa criatura no entendía por qué siendo una niña me trataban y vestían como a un chico, e incluso le parecía gracioso, aunque empatizaba con la tristeza que me podría generar. Empatizaba, creo, porque en ese tipo de cosas consiste la infancia: en que te asignen una identidad o unos roles y que tengas que defenderla ante el posible ridículo que los mayores o que tus iguales hagan de ello.

El concepto trans me parece que tiene una carga de no haber defendido aquello que se me asignó, o “no sentirme” dentro del género que se supone que me otorgaron mis genitales. Siempre he desconocido lo que es “sentirme” un género, porque siempre he sido una mujer y no entiendo cómo “sentirse” llega a confundirse con “ser”. Y uno de los problemas discursivos a los que me suelo enfrentar es a ese lenguaje que hemos construido alrededor de la identidad “mujer trans”. Ese “cuando era chico” o “sentirse mujer”, incluso el “transicionar” o “ser trans” creo que confunde y crea una visión de la identidad, como si se tratara algo cambiante, como si se pudiera haber evitado o si fuera una algo que se ha decidido “actuar”.

“Soy trans porque no tengo el género que me asignaron.” Supongo que por eso es que soy “tránsfoba”. Porque aquello que me asignaron parece que tiene que formar parte de mi identidad. Y le tengo fobia a ese género asignado (incluso tengo pesadillas en las que lo que ocurre es que me llaman por el nombre “de nacimiento”). Ese “género anterior” construye una imagen de mi identidad difusa. Incluso cuando hablan conmigo siento que el haber tenido un género asignado distinto a mi género real nubla del todo la construcción del género y supone un esfuerzo cognitivo para quien tiene que mantener el tipo y respetarme. Así, los continuos fallos que se cometen al hablar conmigo no puedo considerarlos “errores” ni mucho menos, son una verdadera incapacidad por aceptar que mi identidad es más fuerte que un pasado que ni siquiera siento como propio, que más bien habla de los errores y percepciones de la gente que me rodeaba que de mí misma.

Incluso las mayores aceptaciones de mi identidad suelen ir acompañadas del nuevo “amigo gay”: “es más femenina que yo”, “antes era un hombre y ahora es una mujer es-pec-ta-cu-lar, todo un mujerón”… Es como si nuestra identidad consistiera en esforzarnos en parecer mujeres en lugar de esforzarnos por sobrevivir como mujeres. A veces me ha llevado incluso a un revisionamiento de ese proceso de “feminización”, cuando por ejemplo confieso ser friki de la Fórmula 1 y recibo el clásico: “te quedaste con eso”. Ese patrón me repite que hay una percepción de mí como si hubiera cambiado de hombre a mujer.

Y en ese cambio, la segunda mirada es un juicio para el que siento que hay que coger aire. En el momento en que se descubre el pastel de que soy mujer “trans” comienza la búsqueda de las imperfecciones y las masculinidades, si tengo una actitud más o menos violenta, si tengo realmente gustos de mujer (incluye eso la heterosexualidad) o incluso si tengo algún rasgo facial que pudiera ser un “residuo” de una vida masculina pasada (supongo que porque no se quiere que quede en el pasado).

Y eso lleva a expectativas de vida y de comportamiento (las trans somos muy divertidas, muy glamurosas y muy fogosas). Por otra parte, nuestra identidad en el presente está marcada por la supervivencia: y es que si queremos sobrevivir pero no cumplimos esas expectativas, somos rechazadas.

Si tan sólo se comprendiera que no hemos cambiado nuestra identidad, que siempre fuimos mujeres, que todo fue una percepción errónea de nuestro género que nos produjo mucho sufrimiento y que no hay nada en nuestro pasado que sea masculino…

Si tan sólo elimináramos “trans” como parte de nuestra identidad y se comprendiera “trans” como unas experiencias dolorosas que hemos sufrido como mujeres, que nos han hecho trans pero que nunca lo hemos sido…

… seríamos mujeres transcomprendidas.

disfórica y socorro [por regina]
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